El Brillo del Engaño y el Resplandor del Poder
El amarillo y el dorado han jugado un papel fascinante en la historia del arte y la moda. Uno deslumbra con su riqueza y sofisticación; el otro, sin embargo, carga con un pasado de traición y desconfianza. No es casualidad que, cuando algo parece valioso pero no lo es, digamos que es “falso”.
El Amarillo: Promesas Rotas y Deslealtad
Aunque hoy el amarillo es el color de la alegría y la energía, en la Edad Media no tenía una reputación tan favorable. Asociado con la mentira y la traición, se convirtió en el tono por excelencia para identificar a los personajes más despreciables de la iconografía cristiana.
Judas Iscariote, el gran traidor de la historia, aparece en la pintura medieval envuelto en túnicas amarillas. No fue un simple capricho estético: el amarillo era el color de la falsedad, de aquello que promete pero no cumple. Su cercanía con el dorado le otorga un aire de grandeza, pero en el fondo, no es más que una ilusión.
Esta asociación con la desconfianza se extendió más allá del arte. En la sociedad medieval, el amarillo se convirtió en un color de exclusión. A los judíos en la Europa cristiana se les obligaba a llevar insignias o sombreros amarillos para diferenciarlos del resto de la población, un estigma que siglos después resurgiría con la estrella amarilla impuesta por los nazis. Nuevamente, el amarillo se utilizó para denigrar, marcando a aquellos considerados “otros” en una sociedad que los rechazaba.

El Dorado: El Color de los Dioses y los Reyes
Si el amarillo es el engaño, el dorado es la verdad absoluta. Desde los íconos bizantinos hasta las coronas de los monarcas, el dorado ha representado el poder, la riqueza y la divinidad. Su luminosidad no solo evoca la luz del sol, sino también la idea de algo inalcanzable, eterno y sagrado.
En el arte gótico, los fondos dorados rodeaban las figuras sagradas, envolviéndolas en un aura celestial. En las iglesias románicas, los mosaicos dorados reflejaban la luz, creando la ilusión de un cielo terrenal. En la moda, el dorado nunca pasa desapercibido: es lujo, es distinción, es el toque final que eleva cualquier look.
Mientras el amarillo intenta imitar al oro, el dorado no necesita justificación. Uno es una promesa vacía, el otro es la materialización de la grandeza.
El Color Como Lenguaje Secreto
Desde el arte medieval hasta el cine y la moda, la simbología del color sigue vigente. Nos vestimos de amarillo para llamar la atención, pero recurrimos al dorado para expresar sofisticación. Los Oscar no entregan una estatuilla amarilla, sino dorada; las coronaciones no envuelven a los reyes en amarillo, sino en oro.
En nuestros recorridos por Barcelona, nos detenemos en estos detalles cromáticos para comprender que el color no es solo una cuestión de estética, sino de significado. El amarillo y el dorado nos cuentan historias de traición y gloria, de lo efímero y lo eterno.
La próxima vez que veas una prenda amarilla o un accesorio dorado, pregúntate: ¿estás brillando con luz propia o solo reflejando un destello prestado?